—¡Vámonos a casa!
Tenían un
chalecito precioso, en las alturas de Peñiscola, con una vista espectacular de
todo el puerto y el caso antiguo con su castillo medieval. La fachada era de
ladrillo cara vista y un pequeño jardín en la parte delantera de la casa,
bordeado por aloes.
—¡Ponte cómodo!
Yo necesito darme una ducha —me dijo.
Me sentí
miserable por agradecerle al destino la situación en la que me había colocado,
pero no estaba dispuesto a renunciar a los placeres que tanto había deseado.
Sería un hipócrita si afirmase que estaba pensando en cumplir con la misión que
mi sobrino me había encomendado, pero contar con su beneplácito le añadió aún
más erotismo a la situación.
Media hora más
tarde oí la puerta del baño. Marta se acercó, totalmente desnuda, hasta el
sillón donde yo estaba sentado. Al verla, toda duda desapareció de mi cabeza. Yo,
solamente era ya un animal en celo, en cuyo horizonte no existían más que sus
voluminosos pechos, sus erizados pezones y sus redondas caderas. El vello de su
pubis atesoraba la entrada al laberinto de placer en el que tanto había ansiado
perderme. Durante unos instantes, permanecí inmóvil, disfrutando de la visión
de su cuerpo de irresistible Afrodita. Marta se sentó sobre mis rodillas, y
pude sentir el olor de su piel y el calor de su sexo. Con mis manos, recorrí
cada rincón de su cuerpo, cada turgencia, la húmeda puerta al abismo de su
pasión. Durante horas gocé de su ansia y varias veces me vacié en ella sin
conseguir saciar mi deseo. Marta me acompañó a recorrer un mundo desconocido,
para mí, hasta ese momento. Se me ofreció como la guardiana del más delicioso secreto que
atesora la unión entre el cuerpo de un hombre y una mujer.
Nuestros cuerpos
aún sudaban cuando la oscuridad empezó a dejar paso a las primeras luces del
amanecer. El anuncio del nuevo día relajó nuestra pasión y nos permitió
adormecernos unas horas.
Armonía inmensa la de este retazo de La sonrisa de La Magdalena en marco mediterráneo tan hermoso como es el de Peñíscola.Gracias por darme la oportunidad de leer y andar simultaneamente para mucho y bueno ver y saber.
ResponderEliminarGracias a ti, amiga Paz por tu continua compañía y aliento. Un abrazo
ResponderEliminarCierto que hoy,que vivo momento de enormes contradicciones pero sin pasión alguna,el releer este fragmento algo me ha empentado a ella así que soy yo quien te da las gracias porque ¡no quiero estar muerta !
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