Salieron de la plaza y,
abrazados, se dirigieron a través de las callejuelas de la villa, hasta el
restaurante “El Pati”.
Peratallada |
El último tramo de calle que daba acceso al
establecimiento era difícil de recorrer, las piedras del suelo estaban
profundamente horadadas por el paso de las ruedas de los carruajes a lo largo
de los siglos de vida del pueblo. Abrazados como iban, se tropezaron con alguno
de los salientes y a punto estuvieron de caerse al suelo. Todavía reían cuando
entraron en el establecimiento.
El Pati |
Cenaron en el comedor exterior, a la luz de
las velas, rodeados por un muro de roca natural y decorado con el verdor de los
numerosos árboles del jardín. La romántica atmósfera del local al que Alba le
había llevado inundó a Palas.
—¿Como lo
hacen los demás en el mundo para sobrevivir sin ti? —le dijo, mirándole a los
ojos, a la vez que cogía su mano.
Ya, cuando
tras la cena habían pedido dos copas de cava, el jardín se encontraba vacío.
Los clientes de las dos únicas mesas, que aparte de la suya estuvieron ocupadas
ya se habían marchado. A través de la suave megafonía del establecimiento la
voz de Serrat acariciaba: “Aquellas pequeñas cosas”. Sin pensárselo, se
levantaron de la mesa y se pusieron a bailar entre los árboles, besándose
apasionadamente. Discretamente, los empleados desaparecieron en el interior del
restaurante.
—T’estimo
—musitó Alba en el oído de Palas, sin dejar de bailar.
—Repítemelo,
por favor —pidió él.
—T’estimo
—dijo esta vez mirándole a los ojos.
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