UNA ESCENA NOCTURNA
Prolongamos la
discusión hasta casi la una de la madrugada y, con la promesa de darle una
respuesta al día siguiente, antes de regresar a San Sebastián, nos volvimos a
su piso. Su dormitorio era la pieza contigua al salón, a continuación, había
otra habitación en la que según ellos tenían pensado instalar a los niños. De
momento, el único mobiliario del cuarto era una cama turca que en pocos minutos
Marta preparó para mí.
No podía dormir, por mi cabeza pasaban continuamente
imágenes confusas: Seat 1500, taxis aparcados, noventa y cinco billetes de mil,
y las bragas de Marta. Serían cerca de las tres de la madrugada cuando oí
ruidos en la casa: sonaban susurros y jadeos, y no pude evitar la tentación.
Preparando como excusa una urgente visita al lavabo, por
si era descubierto, me levanté de la cama y avancé por el pasillo. La puerta
del dormitorio de la pareja estaba entreabierta, el volumen de los jadeos
aumentó. Apoyado en la pared que estaba frente a su puerta, al otro lado del pasillo,
pude verla perfectamente gracias a la luz de alguna farola de la calle que se
colaba por la ventana de su dormitorio. Estaba desnuda, cabalgando impetuosamente
sobre mi sobrino. Sus pechos generosos botaban de arriba abajo al mismo ritmo
con el que sus caderas se deslizaban sobre los muslos de Juanito. Con la cabeza echada hacia atrás, sus brazos
agarraban su larga melena morena. De algún modo notó mi presencia y giró la
cabeza hacia donde yo me encontraba. Hipnotizado, yo no pude dejar de mirarla, y
estoy seguro de que ella adivinó mi excitación, me sonrió sin interrumpir sus
embates. Al cabo de unos minutos, sus gemidos delataron que había llegado al
clímax; durante los últimos instantes de placer no apartó su mirada de mi.
Volví a mi
habitación, me encontraba tan excitado como aturdido por mi experiencia como
voyeur y, antes de conciliar el sueño, pude ver las primeras luces del alba. Me
desperté pocas horas después con la decisión ya tomada: le ayudaría a comprar
el taxi.
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