Una novela que te hará reír, llorar, y cambiar tu mirada sobre la vida.

Un camino hacia el pasado para recuperar el presente.

Un viaje por la vida.

ISBN eBook en ePub: 978-84-686-7778-1


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sábado, 20 de abril de 2013

FRAGMENTO 2


Un recuerdo de la niñez, el violinista y su perro
El violinista

  Hacía tiempo que veía a aquel hombre. Siempre estaba sentado con su violín en su taburete, en la calle Loyola, delante del mercado de San Martín. Palas no entendía mucho de música clásica, pero hubiera jurado que aquél viejo era el mismo Paganini.     A veces, cuando no había mucha gente paseando por la zona, solía pararse delante escuchando su magistral interpretación. El perro que le acompañaba, un animal de gran tamaño, cerraba los ojos con deleite cada vez que su dueño acariciaba el instrumento sacando aquellos acordes que tanto placer parecían producirle. Podría decirse por el estado de sus costillas que aquel era el único alimento que el fiel acompañante recibía del viejo. Al término de cada pieza, el gran can abría sus ojos y miraba a su maestro con total veneración. Era un perro con suerte, no podía haberle tocado un amo mejor.
  En alguna ocasión, Palas, tras disfrutar del pequeño concierto, le había dado algunas monedas. La respuesta del viejo siempre era la misma: “Grasias”. Una mirada profunda desde unos ojos verdes que hacían juego con los del  perro. Eran dos almas gemelas.
El perro del violinista
  Aquella mañana, antes de ir a “Marianistas”, pasó por delante del violinista, pero ese día el instrumento reposaba junto a su intérprete, silencioso. El perro, con una insólita mirada perdida, apoyaba su cabeza en el muslo del anciano.
  Pocas horas después y no pudiendo contener su impaciencia, pues un extraño pálpito se había instalado en su corazón, no quiso evitar salir a hurtadillas del colegio por la portería, y acercarse hasta el emplazamiento habitual de la extraña pareja. Había un pequeño tumulto en el lugar: guardias municipales…  Vio como entre dos personas levantaban el cuerpo inerte del concertista. Tras tumbarlo en una camilla,  y cubrir su cuerpo y su cara con una sábana, lo introdujeron en una ambulancia. Pocos minutos después, ésta partía ya sin ninguna prisa, sin luces ni sirenas.
  En la acera, junto al mercado, quedaron: el violín, el taburete y el noble animal. Palas miró con angustia al perro que en ese momento cruzó con él su mirada, al instante una voz sonó en su interior:
  —“No te preocupes, el viejo ya estaba cansado y confundía algunas notas, ahora descansa en paz. Yo soy joven, pronto encontraré a otro músico”.
  Palas volvió al colegio mucho más tranquilo. A partir de aquél día, al hacer el camino de las mañanas, nunca volvió a cruzar la calle Loyola.

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