El inicio de una carta de Víctor, una reflexión
Aunque
siempre afirman lo contrario, escribir sobre uno mismo es lo más fácil que
existe. ¿Quién sino uno se conoce a si mismo?
¿Quién sabe si estás pensando blanco cuando dices negro? ¿A quién es al
único al que no le puedes ocultar tus lágrimas cuando esbozas tu más amplia
sonrisa?
Lo difícil es
escribir sobre uno mismo pensando en que lo pueden leer los demás, porque deja
de preocuparnos lo que sentimos y pasa a cobrar más importancia lo que se
supone que debemos sentir.
No nos importa
tener una herida en el culo cuando vamos al médico, pero nunca le enseñaremos
unos calzoncillos rotos. ¿Y que decir de las fracturas del alma? En ocasiones,
nosotros mismos pretendemos ignorarlas, pero nunca funciona.
Vivimos en una
sociedad tan superficial que la mayor parte de nuestra vida la pasamos
comportándonos tal y como los demás quieren vernos, soñando con poder sacar
algún día lo que realmente somos.
Normalmente,
resulta mucho más fácil escribir o hablar de los otros. Simplemente tenemos que
sacar a pasear sus defectos, y si topamos con algún desgraciado que tiene pocos,
siempre podremos añadir alguno de los que a nosotros mismos nos sobran.
Continuamente me
he reído de los juicios que sobre mi han hecho los demás. Todos han pretendido
conocerme mejor que yo mismo. Pero son muy pocos, yo casi diría que ninguno, al
que le he permitido nunca asomarse a mi auténtica personalidad. No lo he hecho
solamente por pudor, que también un poco, sino por principios. En este mundo en
el que vivimos uno no puede ir desnudo por la calle, mostrando sus debilidades.
El amigo a quién hoy confías los secretos más profundos de tu alma, mañana
puede convertirse en el más cruel Bruto que te clave el puñal en la herida
abierta.
Para otros, en
cambio, esos que te necesitan, los que intentan construir su edificio
apoyándose en tu propia fortaleza, para esos no puedes abrir las ventanas de tu
interior. Sería muy cruel dejarles ver que los muros sobre los que se posan son
a veces más inestables que los suyos propios.
El esperpento de
mi mismo que a lo largo de mi vida he ido construyendo al final ha terminado
ganándome la partida. Ha usurpado mi puesto en todos los terrenos, y ha
conseguido que Víctor sólo exista recluido en el interior de mi cabeza. Incluso
muchas veces me ha hecho dudar, ¿quién es el auténtico Víctor: el de fuera, o
el de dentro? Y además, si quién siempre termina gobernando mi vida es el
muñeco de barro, ¿para qué sirve mi auténtico yo?
Ahora que ya no
me queda tiempo, lloro por el pobre Víctor. El que pude ser, al que ya no
recuerdo cuando empecé a anular porque no me convenía. Y si lloro por él, lo
hago sabiendo que ha sido un cobarde que ha preferido vivir oculto antes que
enfrentarse a sus propios temores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario