Si todavía no habéis
tenido ocasión de acercaros a un ejemplar de la novela, aquí os presento la introducción
de “La sonrisa de La Magdalena”, espero que no os deje indiferentes y os animéis
a seguir leyéndola.
INTRODUCCIÓN
Nunca sabemos cual es el gesto
descuidado, el momento determinante, ese paso en el que el camino por el que
trascurre nuestra vida llega a un cruce. Poco importan a partir de ese instante
nuestros planes ni el recorrido que teníamos trazado para llegar a nuestra
meta; sin que podamos percibirlo, hay un minuto a partir del que todo empieza a
ser diferente. Es difícil marcar una equis en el calendario que indique con
exactitud la fecha en la que nuestra vida cambió de rumbo.
La mayoría de las veces son nuestros propios
actos, quizá gobernados por ocultos anhelos, los que dirigen la maniobra que
nos ha hecho cambiar de vía mientras seguimos tomando un café en el bar del
mismo tren; pero hay ocasiones en las que un impulso nos empuja a seguir la
estela del barco que se ha cruzado en nuestra ruta, sin darnos cuenta, a veces,
de que el nuevo puerto al que nos dirigimos pertenece al mapa de un continente
del que nunca habíamos oído hablar. Son esas circunstancias que tiene la vida
lo que hace que, para algunos, cada mañana merezca la pena levantarse de la
cama y echar una última mirada al salir de la habitación para fijar en nuestra
memoria una imagen que ya empieza a pertenecer al pasado.
Sentado
junto a la ventanilla del avión, Palas vio como el mar Cantábrico iba quedando atrás
una vez que el aparato tomó la suficiente altura y dio un giro de ciento
ochenta grados para dirigirse a Madrid. Su vida también estaba girando, aún a
mayor velocidad que la del avión. No podía afirmar cuál había sido el momento inicial
de ese cambio, el desencadenante pudiera estar entre los acontecimientos ocurridos
durante las ultimas semanas; o quizás, la bolita de la ruleta empezó a girar
mucho antes, cuando Víctor, su padre, comenzó a notar los efectos de la
enfermedad que había puesto fecha de caducidad a sus días en este mundo.
Posiblemente sólo fueran caprichos del destino
que unas semanas antes de Pascua, y de forma inesperada, hubiera tenido que
enterrar a su padre, un hombre de anónimos sentimientos hacia él hasta aquel
momento. Y ahora, a las siete y media de la mañana, acabara de coger un vuelo
en el aeropuerto de Fuenterrabía para dirigirse al cementerio de la Almudena, con
el fin de visitar la tumba de esa madre a la que nunca llegó a conocer.
De todo lo acaecido durante ese plazo de
tiempo, lo que más le llegó a sorprender fue el descubrimiento de una persona:
él mismo. A sus cuarenta y un años acababa de encontrar la llave que abría la puerta
de su interior, y aún asombrado, lo que había visto, le gustaba. Ahora, ese
hombrecillo que había encontrado agazapado, acababa de tomar el control de su
vida.
Un movimiento de máxima intensidad había
sacudido todos los cimientos de su cómoda existencia, y en cambio, era en este
momento cuando se sentía plenamente feliz.
Poco había tenido en común, hasta ahora, su
vida con sus sueños de juventud, y menos aún con el torrente por el que se
estaba dejando arrastrar, pero sabía que ese nuevo camino no se había
presentado de improviso, esa era una ruta que comenzaba en su interior y cuyo
punto de inicio llevaba años esperándole.
Pero empecemos por el principio…
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